Anclado, en las aguas turbias de un café,
permanece mi corazón atolondrado.
Varado, en una calle sombría, está mi encanto.
El silencio brota de mis poros
contamina la atmósfera,
el tacto,
los colores,
el tacto,
los colores,
a ras del suelo, respirando polvo añejo,
el dolor se fortalece después de haber caído.
Olvidadas, en la bandeja de mi espíritu,
surcan lágrimas sobre mis mejillas.
Encerradas, en el abismo del parpadeo,
las pestañas trémulas piden descanso.
Me secuestraron el ánimo,
no hay pena mas grande,
a escala de grises mis ojos perciben,
tengo pesadillas despierto.
Desde la ventana de una cafetería
el mundo más chico se me hace
y la crepa de fresa, en el campo de guerra,
se bate a muerte contra mis fantasmas.